Invertir No Es Comprar Barato: Una Mirada Crítica a la Rentabilidad Mal Entendida en el Mercado Inmobiliario Paraguayo
- Carlos E. Gimenez

- 30 jul
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 4 ago
Una crítica a la lógica reduccionista del “precio bajo” como sinónimo de oportunidad, y un llamado a evaluar la inversión inmobiliaria desde el valor real, la liquidez y la sostenibilidad a largo plazo.

En un mercado aún en proceso de maduración como el paraguayo, persiste una noción distorsionada —y profundamente arraigada— sobre lo que significa invertir en el rubro inmobiliario. Con frecuencia, se asocia de forma automática la palabra “oportunidad” con el hecho de acceder a un inmueble de precio bajo o de precio por metro cuadrado bajo, sin un análisis más profundo sobre su verdadero comportamiento como activo de inversión. Esta lectura, aunque tentadora para quien busca multiplicar su capital sin asumir grandes riesgos, suele ser engañosa. Y en muchos casos, termina generando más pérdidas que beneficios.
La rentabilidad inmobiliaria no puede ni debe medirse únicamente por el precio de entrada. La diferencia entre precio y valor, entre costo inicial y retorno neto, es fundamental para comprender cómo se construye una inversión sólida, sostenible y financieramente estratégica. Y esa diferencia, en Paraguay, marca con claridad la línea entre un activo con potencial y uno simplemente barato.
El precio es el monto que se paga. El valor es lo que se obtiene a cambio. En el sector inmobiliario, esta diferencia se expresa en elementos como la ubicación, la calidad del diseño y la construcción, el prestigio del desarrollador, el prestigio de la constructora, la liquidez del producto, su comportamiento en el mercado secundario, la ocupación proyectada, la demanda de alquiler, la estabilidad jurídica, y la reputación del activo como resguardo patrimonial.
Un departamento vendido a USD 45.000 en la periferia de la ciudad puede parecer una oportunidad atractiva desde lo numérico. Sin embargo, si ese inmueble carece de una red urbana consolidada, si está inserto en un proyecto sin respaldo técnico ni comercial, si la demanda de alquiler es inestable o si la reventa está restringida por la escasa liquidez del producto, el supuesto “ahorro” inicial se diluye rápidamente. En contraste, un departamento de USD 90.000 en un eje urbano denso, bien conectado, con sólida demanda de alquiler y respaldo institucional, puede tener una rentabilidad más baja en términos porcentuales brutos, pero ofrecer un retorno neto superior, sostenido y predecible.
Inclusive dentro de un mismo barrio, es posible encontrar diferencias notables entre proyectos que, en apariencia, comparten una ubicación similar. Un departamento puede ofrecerse a USD 1.300 el metro cuadrado, mientras que otro, a escasos metros de distancia, se comercializa a USD 1.800 el metro cuadrado. A simple vista, la opción más barata parecería más atractiva, pero la diferencia puede explicarse —y justificarse— por múltiples factores: el diseño arquitectónico, la calidad de materiales, los espacios comunes, la altura de los cielorrasos, el perfil del desarrollador, el tipo de administración proyectada, e incluso la calle específica en la que se encuentra el inmueble y su relación con el tejido urbano. Esa diferencia de precio suele ser, en realidad, una diferencia de valor. Evaluar una inversión inmobiliaria implica comprender estas sutilezas, y saber que lo que se paga de más no siempre es un sobreprecio, sino una prima por liquidez, previsibilidad y menor exposición al riesgo.
Uno de los errores más frecuentes es limitar la medición de la rentabilidad al cociente entre la renta mensual y el valor de compra. Esta fórmula, útil como referencia rápida, no contempla factores críticos como vacancia, gastos comunes, administración, impuestos, mantenimiento, seguros, depreciación y —sobre todo— salida del activo.
En Paraguay, donde el mercado secundario aún es poco transparente y está poco desarrollado, la verdadera rentabilidad debe incorporar también el análisis de liquidez. ¿Cuánto tiempo lleva vender esa propiedad si se requiere hacerlo? ¿Cuántas ofertas se reciben realmente? ¿Existe un público dispuesto a pagar por ese producto sin necesidad de rematarlo? Un activo de “alta rentabilidad” con vacancia crónica o sin mercado de reventa pierde su atractivo como inversión, por más que haya sido adquirido a bajo costo.
En mercados maduros, el análisis de inversión inmobiliaria siempre considera tres pilares: liquidez, proyección y respaldo. En Paraguay, estas variables son frecuentemente ignoradas o mal ponderadas.
Liquidez: Es la capacidad del activo de convertirse en efectivo sin perder valor. Un inmueble puede ofrecer altos retornos en papel, pero si no se puede vender en el corto o mediano plazo, o si debe rematarse para generar liquidez, su utilidad como inversión se ve severamente limitada. Esto aplica especialmente a departamentos en proyectos poco consolidados, sin administración profesional ni posicionamiento en el mercado.
Proyección: No se trata solo de si la zona “va a crecer”, sino de si hay una lógica urbana que respalde ese crecimiento. Infraestructura pública, equipamientos, conectividad, desarrollo de usos mixtos, cercanía a nodos económicos. Sin estos factores, la proyección queda atada a narrativas especulativas sin anclaje real.
Respaldo: En Paraguay, la informalidad y la falta de trazabilidad de muchos desarrolladores sigue siendo un problema serio. Elegir un producto desarrollado por un actor con experiencia comprobada, trayectoria en entregas, cumplimiento normativo, gestión postventa y solvencia técnica reduce el riesgo y aporta valor real. La diferencia entre proyectos similares, pero con distintos promotores, puede medirse en años de estabilidad o en meses de litigios.
Hay una tendencia creciente en el mercado local a presentar productos de bajo ticket como “democratización de la inversión”, cuando en realidad se trata de esquemas financieramente inviables sostenidos por marketing agresivo y promesas infladas. La ausencia de regulaciones estrictas y la falta de educación financiera favorecen la proliferación de estos modelos.
Departamentos en pozo vendidos por debajo de los costos reales de construcción y comercialización, zonas periféricas sin servicios mínimos donde se promete “alta rentabilidad”, o proyectos sin respaldo técnico que seducen con cuotas accesibles pero sin entregar escritura ni garantizar ocupación, son ejemplos de falsas oportunidades que abundan en el mercado.
En este contexto, la responsabilidad del inversor —y del asesor inmobiliario— es elevar el nivel de análisis. Preguntar más allá del precio. Cuestionar proyecciones. Exigir respaldo.
En el mercado inmobiliario paraguayo, donde la oferta crece rápidamente pero la demanda calificada aún es limitada, invertir de forma inteligente implica comprender que el precio bajo no es sinónimo de oportunidad. Y que la rentabilidad verdadera se construye con tiempo, estrategia y criterio técnico.
Una inversión sólida no se basa en la ilusión de un retorno rápido, sino en la construcción de un activo estable, líquido, proyectado, con demanda real y respaldo concreto. El desafío está en dejar de mirar solo el precio y empezar a mirar el valor.
Porque en este mercado —como en cualquier otro— el verdadero inversor no es quien compra barato, sino quien compra bien.




